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HIJAS DE LOS SAGRADOS CORAZONES
SERVIR CON EL CORAZÓN, UN RETO A LA SANTIDAD
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Con este título, queremos referirnos al grupo de las cofundadoras del Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María: Oliva Sánchez, Rosa Forero, Limbania Rojas, Ana María Lozano, Mónica García y Carmelita Lozano.

El grupo comienza a conformarse en junio de 1904, con la Consagración de las primeras jóvenes al Corazón de Jesús, luego tres de ellas, inician una experiencia de vida comunitaria y el 7 de mayo de 1905, dan comienzo al Instituto de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, bajo la orientación del Fundador, entonces un joven sacerdote salesiano, hoy, el Beato Luis Variara.

La noticia de la fundación, publicada en el boletín salesiano de la época en Turín, llamó la atención de una congregación francesa con el mismo nombre, que solicita a Don Rúa, superior general de la congregación salesiana, intervenir para que se de otra denominación al nuevo Instituto. Se comprende entonces, según el Fundador, que la Madre también quiere llamarlas hijas de su sagrado Corazón.

Los datos sobre el Beato Fundador han sido conocidos y exaltados en la Iglesia con motivo de su beatificación, proclamada por el Papa Juan Pablo II, el 14 de abril de 2002: Luis Variara Bussa, nacido en Viarigi Italia  el 15 de enero de 1875, llegó como misionero salesiano a Agua de Dios Colombia, ciudad que servía entonces de refugio para los enfermos de lepra.

Su actividad de educador salesiano lo llevó a conocer el corazón dolorido e ilusionado de los niños y los jóvenes del lugar y a desarrollar con ellos admirables iniciativas procurándoles un hogar y una escuela, una patria y un cielo. Su acción pedagógica y pastoral en la ciudad del dolor, se traduce en la nueva propuesta de ciudad de la esperanza.

A través del Sacramento de la Confesión, el Padre Variara, conoció la inquietud vocacional de algunas jóvenes y con ellas fundó el Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones. Las seis primeras han sido consideradas cofundadoras, y es a ellas, a quienes pretendemos dedicar estas notas.

LA MADRE OLIVA SANCHEZ

Oliva de las Mercedes Sánchez Correa, se distingue desde sus primeros años por una particular sensibilidad y solidaridad ante el sufrimiento humano, culta, de agradable trato, con capacidad de liderazgo y sensibilidad literaria. Pertenece a una distinguida familia, que vive en Tabio, una población cercana a Bogotá. Su primo Crisanto Luque Sánchez, entonces seminarista, será el Primer Cárdenal de Colombia.

Respetuosa de los valores aprendidos en el hogar y en el colegio, cultivaba la virtud y era solícita en la práctica de la piedad. Sintió el llamado a la vida religiosa y se disponía a ingresar a una congregación, cuando fue diagnosticada con la enfermedad de la lepra por lo que debió abandonar su proyecto y trasladarse al lazareto de Agua de Dios.

Oliva, es la piedra angular del Instituto, la primera en manifestar al fundador, el Beato Luis Variara, sus deseos de consagrarse al Señor, “como si esto fuera posible en un Lazareto[1]”. Fue también la primera entre sus compañeras, en consagrarse víctima al corazón de Jesús, por la salvación del prójimo.

Es la líder del primer grupo que inicia la experiencia de vida fraterna en 1904 y la primera superiora del Instituto a partir del 7 de mayo de 1905, día de la Fundación. Es para sus compañeras: modelo de ofrecimiento y de inmolación victimal: “quiero vivir oculta en el Corazón de Cristo, como Víctima de amor”. No tuvo ocasión de ser muy conocida en su calidad de cofundadora. Murió dos años después de la Fundación, en el momento supremo de la consagración de la Víctima perfecta, mientras se celebraba la Eucaristía cerca de su lecho de enferma.

ROSA FORERO

Una inquieta y decidida joven preparada intelectualmente, con especiales dotes para la administración y organización, con exquisito gusto artístico y delicados modales. Emprendedora y decidida, de carácter firme y fortaleza admirable. Piadosa y observante.

Supo asumir la prueba de la enfermedad y convertir los sufrimientos, las limitaciones, las contrariedades y la fortaleza de su carácter en camino de purificación y santificación.

Como manifestaba el propio fundador, el  nombre de esta hermana es el mejor símbolo para describir su personalidad: la rosa, caracterizada por el contraste que provoca su textura y sus espinas, nos representa a Rosa Forero: delicada, exquisita, y apreciada, sin embargo, era también fuerte de carácter y sufría mucho a causa de la enfermedad, que la fue reduciendo poco a poco, su mayor dificultad fue la pérdida de la vista, lo que limitó sus posibilidades de comunicación, especialmente la dirección espiritual con su amado fundador, alejado entonces del lazareto; sin embargo, creó ingeniosamente un sencillo método que le permitió continuar la correspondencia y los apuntes de su propia inspiración.

Alcanzó el dominio de su carácter, haciéndose dócil y dulce, según el Corazón de Jesús, bajo el acompañamiento espiritual y humano del Fundador. Un camino asumido con disponibilidad, sinceridad, desprendimiento y responsabilidad. Asumió desde la fundación del Instituto las funciones de vicaria, hasta su muerte en 1926, amada y admirada por sus hermanas de congregación, es recordada en la historia del Instituto como ejemplo concreto de empeño formativo: uniendo a la experiencia espiritual, y a la práctica de la virtud, el esfuerzo personal en la búsqueda de la perfección.

LIMBANIA ROJAS

Su familia gozaba de bienes de fortuna, y llevaba una vida tranquila, hasta el momento en que debió asumir el dictamen de la lepra, prueba que somete a la familia al ridículo, a la vergüenza de contar entre sus miembros con una leprosa, lo que debía ocultarse, para evitar la marginación social, la persecución y el destierro; casi paralelamente, tuvo que afrontar la difícil situación económica en que inesperadamente quedó la familia a causa de la guerra civil en Colombia.

Esto hizo que Limbania tuviera que abandonar a los suyos para recluirse en el lazareto de Agua de Dios, llamado entonces: “cementerio de los vivos”. Esta decisión la aleja del hogar paterno y en Agua de Dios se abandona totalmente a las manos de Dios Padre con una confianza y amor absolutos, pasaba largas horas ante el Sagrario ofreciendo sus propios dolores físicos y morales por el cese de la guerra y la salvación de la humanidad. Allí descubrió su vocación religiosa, ideal que guardaba tímidamente, como un secreto, como un sueño irrealizable.

Inició con Oliva y Rosa, bajo la orientación del Fundador, la aventura de una congregación nacida del Corazón de Jesús para vivir con El en el amor, el sacrificio y la inmolación, al servicio de Dios en los hermanos. Era bondadosa y dulce de carácter, su trato era delicado y jovial, hablaba con especial delicadeza y fervor de las cosas divinas, amaba la vida de oración y se mostraba siempre disponible a colaborar con las labores en favor de los niños del oratorio.

LA MADRE ANA MARÍA

La Madre Ana María Lozano, es la segunda Superiora del Instituto, la confidente y la discípula predilecta del Fundador, no sufrió la enfermedad de la lepra en ella, sino en su padre. Era Jovial, alegre, bondadosa, inteligente y perspicaz, gobernó al Instituto durante más de cincuenta años. Fue testigo directa de la vida y obra del Beato Luis Variara, su fundador, fue su heredera y la Madre del Instituto al que amó como la razón de su vida.

Dulce y amable, atraía con facilidad la admiración, el respeto y el cariño de cuantos trataban con ella. Cautivaba por su bondad y delicadeza, testimoniando con su vida el amor y la ternura de Dios hacia los más necesitados. Tenía una confianza ilimitada en la Divina Providencia y gracias a ello, emprendió obras admirables en favor de los niños pobres, fundando diversas casas de su congregación en Colombia y Ecuador, dedicadas particularmente a la educación.

En medio de estas fundaciones atendió también la invitación de algunos obispos y casas salesianas para colaborar en la dirección y orientación de economatos, no siendo esta la finalidad específica del Instituto veía en este servicio una forma de contribución directa a la Iglesia y un medio para la expansión de sus obras.

Amaba profundamente a su Divino Esposo, era fiel hija de la Iglesia, en sus plegarias y ofrecimientos tenía como primeros destinatarios al Santo Padre a los obispos y sacerdotes a los que trataba con filial veneración. Se identificaba con la espiritualidad Salesiana, viendo en todo sacerdote y particularmente en cada salesiano al “venerado Padre Fundador”, enseñaba a las hermanas a mantenerse disponibles en la acción eclesial, a vivir según el espíritu salesiano y a ofrecerse víctimas en las circunstancias cotidianas de la vida. Murió a los 99 años de edad y 75 de profesión religiosa.

MÓNICA GARCÍA

Nació en la capital religiosa de Colombia: Chiquinquirá, el 4 de mayo de 1883.

Una joven delicada, amada y protegida por su familia, sorpresivamente fue diagnosticada como enferma de lepra y llevada a Agua de Dios, encomendándola al cuidado de las hermanas Dominicas de la Presentación, su familia continuó velando por su bienestar y comodidad, al conocer su ideal vocacional y el proyecto de la nueva congregación, no obstante, las voces contrarias, sus padres y hermanos la apoyaron en su decisión de formar parte del naciente Instituto.

Mónica, Ingresó como postulante, junto a Ana María y Carmelita Lozano, el día de la fundación, uniéndose a las tres primeras, que entonces iniciaron como novicias. En su vida religiosa, comprendió muy bien el sentido de su consagración victimal y vivió de manera abnegada y generosa, ofreciendo constantemente sus sufrimientos y las incomodidades propias del nuevo estilo de vida.

No obstante, su delicada salud, y la rápida forma como se agravó, la Hermana Mónica conservó inalterable su habitual amabilidad y serena placidez. Solamente Dios y sus superiores conocían el martirio de su alma y eran notorios los padecimientos de su cuerpo. Murió seis años después de la fundación el 18 de julio de 1911 a la edad de 28 años, presintiendo su partida definitiva con anterioridad.

CARMELITA LOZANO

Hermana de la Madre Ana María, era la más joven del grupo de las cofundadoras, gozó de singulares gracias, que podrían considerarse sobre naturales. Se desempeñó como enfermera de los niños leprosos en el oratorio asilo Miguel Unia fundado por el Beato Luis Variara el mismo día de la fundación del Instituto. Era verdadera madre para los niños, a los que atendía con caridad y solicitud admirable. Sintiendo repugnancia ante las heridas que debía curar, realizó actos heroicos en el vencimiento de su naturaleza.

Carmelita Lozano atraía físicamente por la delicadeza de sus facciones y por la ternura de su trato, era alegre y se veía siempre risueña, desde muy niña quiso consagrar su vida al Señor e hizo secretamente voto de castidad, como su hermana, gozaba de buena salud, pero debido a la enfermedad de su padre no se le admitía a la vida religiosa, confidencia que hizo a su director espiritual quien la exhortó en la fe, a esperar en la oración y la confianza, los designios del Señor, que pronto se manifestaron en la fundación del Instituto

En la solicitud y la atención a los niños y a las hermanas enfermas y bajo la orientación del Fundador, Carmelita asumió el sentido de la victimalidad contemplando y sirviendo a Jesús que sufre en cada ser humano, su contemplación del misterio de la Cruz hizo de ella una víctima de amor y reparación, llegando hasta el ofrecimiento de sí misma a cambio de la salud de un sacerdote salesiano, atacado por la tisis y cuya vida ella consideraba valiosa y necesaria para la Iglesia. Aceptada la población, el sacerdote curó, mientras ella murió del mismo mal a la edad de 24 años.

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